El astronauta maya

POR Lucía Rovnakova REVISADO POR Claudia Medrano González

América Latina está repleta de secretos y misterios que todavía continuamos descubriendo a día de hoy. Una de las bellezas ocultas que alberga es la civilización maya, que fue capaz de desarrollarse hasta convertirse en uno de los imperios más extensos e importantes de la América precolombina, llegando a controlar la costa este de México, Belice, Guatemala y parte de Honduras. Los mayas, con un origen que se remonta alrededor del 2000 a.C., perfeccionaron sus técnicas y conocimientos en distintos ámbito como la agricultura, la astronomía, la arquitectura y las matemáticas.

Sus primeros asentamientos tuvieron lugar en el área fronteriza entre México y Guatemala, un territorio protegido de otras civilizaciones por ríos y montañas. El Imperio Maya continuó expandiéndose hasta la llegada de una crisis varios siglos después que supuso el declive gradual de su sociedad. Cuando los conquistadores españoles se adentraron en el territorio solo pudieron encontrar a algunos indígenas que habitaban las ruinas de una famosa civilización que ya había perdido todo su esplendor.

En la actualidad, el conocimiento que tenemos acerca de la cultura maya se reduce, en términos generales, a sus calendarios, organización política y económica y a sus creencias religiosas. No obstante, la cultura maya era tan compleja que, aún hoy, investigadores y científicos de todo el planeta no han sido capaces de desvelar todos sus secretos. Uno de esos grandes misterios es la historia del astronauta de Palenque. Palenque fue, junto a Tikal y Calakmul, una de las ciudades más poderosas del periodo clásico maya, así como la sede de una de las dinastías más notables.

En 1949 el arqueólogo Alberto Ruz de Lhuillier descubrió en la parte inferior del templo de las inscripciones de Palenque la tumba de Pakal el Grande (K’inich Janaab Pakal) y se encontró con una singular obra de arte: un grabado en la lápida del sarcófago. Este grabado ha dado lugar a numerosas leyendas e interpretaciones, entre ellas, la historia del astronauta maya subido a una nave espacial dada a conocer por el reconocido autor suizo Erich von Däniken.

Después de analizar la lápida, los arqueólogos coincidieron en que existen muchas similitudes entre una nave espacial contemporánea y la que está mostrada en el grabado.

En primer lugar, al igual que en una nave espacial que podríamos encontrar en la actualidad, hay restos de combustible que se desprenden de la máquina. También podemos apreciar que el rey Pakal está sentado del mismo modo en que lo harían los astronautas hoy en día para preparar el despegue, adoptando una postura doblada y con la cabeza hacia atrás por la fuerza producida por el proceso de aceleración.

Por otro lado, podemos observar el uso que hace el rey Pakal de las manos y de los pies para controlar los distintos botones de mando y manejar los pedales de la parte inferior de la cabina. Por si esto fuera poco, el personaje del grabado lleva colocado un pequeño instrumento en la nariz que lo ayudaría a respirar en el espacio.

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No obstante, aunque la historia del astronauta de Palenque es muy interesante y nos gustaría que fuese cierta, cuando Erich von Däniken publicó el libro en el que daba a conocer la historia, la lectura de los ornamentos dibujados sobre la lápida, es decir, glifos mayas, era desconocida. Sin embargo, en la actualidad se ha demostrado que estos símbolos son en realidad ideas e incluso sílabas que hacen referencia a la religión maya y no a una fantasía astronómica.

Según los expertos, la supuesta estructura del cohete, una forma de cruz situada en el centro del grabado, aparece en otras obras de arte de la época. Se trata del árbol de la vida. Este árbol representa el puente entre el inframundo (las raíces anteriormente interpretadas como restos de combustible), que pasa por la tierra (el tronco) y que termina en los cielos (las ramas del árbol). De este modo, un gobernante maya, en este caso el propio K’inich Janahb’ Pakal, se encuentra en realidad en su fase de ascensión desde el inframundo hasta las alturas celestiales. El aparato colocado sobre su nariz ayuda al pixán (alma o espíritu que anima al ser humano) a salir del cuerpo. En la parte superior del árbol de la vida se encuentra el pájaro celestial, un quetzal que está esperando a que el rey Pakal termine su ascenso.

Acompañando al rey Pakal podemos observar también las representaciones de otros dioses: a su izquierda aparece el dios K’awiil (deidad maya del rayo, del relámpago, del trueno y de la agricultura) mientras que por la derecha lo acompaña el dios Hu’unal (deidad de la realeza maya).

El símbolo más representativo de esta obra de arte es la serpiente, que simboliza la reencarnación del cuerpo. La simbología está basada en la observación de la naturaleza, ya que durante el equinoccio de primavera la serpiente despierta de su hibernación, se deshace de la piel vieja y empieza una vida nueva.

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Sobre la lápida, que fue descrita por Erich von Däniken como el asiento del astronauta, podemos observar un caracol marino (representación de la fertilidad), un brote de maíz (evocación al dios K’awiil y al nacimiento de la tierra) y en el lado derecho un signo similar al símbolo del porcentaje (%) que en escritura maya representa la muerte. En la parte inferior del supuesto asiento se puede apreciar también una cara grotesca y desdentada, por lo que el astronauta de Palenque no se encuentra sentado en una nave espacial, sino sobre algo que en la mitología maya se conoce como el monstruo de la Tierra.

Por último, cabe destacar que en la lápida se han encontrado grabados de los ideogramas de la religión maya que simbolizaban la existencia de otra vida después de la muerte. Este es el mayor secreto que esconde el Templo de las inscripciones de Palenque.