El mejor cuadro del mundo

POR Chiara De Cicco REVISADO POR Salomé García Amat

Madrid, 1840. Con ocasión de una visita al Prado, Théophile Gautier, gran exponente de la literatura francesa, extasiado al ver una de las obras del museo, inmóvil exclamó: “Où est donc le tableau?” (¿Dónde está el cuadro?). Estaba justo frente a Las meninas.

Su autor, Diego Velázquez, aparte de realizar uno de los cuadros más vertiginosos del mundo, de aquellos cuyas interpretaciones nunca se agotan, ejecuta a la perfección la apología del arte de la pintura.

Desde Giotto a Manet, pasando por Caravaggio y Magritte, todo lo que la pintura ha podido desvelar y conseguir en setecientos años está captado en las pinceladas de este lienzo del artista sevillano. Ahora bien, es bien sabido que Las meninas es fruto de un genio pero, ¿no estamos hablando de un retratista cortesano, cuya única ocupación era exaltar con sus pinturas a la familia real?

Tal consideración sobre Velázquez es un grave error. Desde la llegada del artista sevillano a la corte de Felipe IV se desarrolló entre los dos un vínculo personal que reflejaba no sólo la mera intimidad que puede llegar a existir entre el artista y su modelo, sino también gustos y afinidades compartidas.

Esa intimidad está inmortalizada en el cuadro. De hecho, Las meninas representa la irrupción en el estudio del artista por parte de la infanta Margarita acompañada de sus damas y los enanos de la corte, lo que supone la cercanía del pintor con los miembros de la familia real. Al fondo de la sala, un espejo que refleja las figuras de rey y la reina, una puerta abierta, el punto de fuga y de luz de la composición artística donde se encuentra el aposentador de la corte (estará entrando, estará saliendo…). Una monja, un anciano, un perro y los lienzos que nosotros, los espectadores, no podemos ver. Se desconoce si se trata del último toque o de la primera pincelada. Sin embargo, ¿a quién está realmente pintando Velázquez? ¿se trata de un retrato de los reyes? ¿un retrato de él mismo a todos los que miran la obra? ¿O quizás, un autorretrato?

En Las meninas la dicotomía entre lo visible y lo invisible, la sencillez y la complejidad, lo que está a un lado y otro de la tela, es decir, la dualidad entre realidad y ficción es simplemente revolucionaria. A todos nos vienen la imagen de la pintura Esto no es una pipa (Magritte) en la que el artista belga intenta ilustrar cómo las imágenes, que nosotros concebimos como obras artísticas, traicionan nuestra concepción de conocimiento y verdad debido a que, aunque la imagen refleje inequívocamente la representación de una pipa, esta no es realmente una pipa.

El arte es sólo un truco, un engaño.  

De igual forma, aunque el cuadro de Velázquez se presente como un intento de ennoblecimiento y alabanza de los seres mortales (en este caso, los miembros de la familia real), de sí mismo o incluso de los espectadores, en realidad somos testigos de la teología de la pintura. El sujeto no está directamente forjado en la tela, sino que la trasciende. Por eso necesitamos investigar su esencia, buscarla y encontrarla. El artista reproduce la transcendencia del arte, es decir, todo lo que está más allá de los límites naturales y perceptibles.

Solo nosotros, los espectadores, podemos conocer la importancia de la trascendencia del arte gracias a la doble representación. Como en el caso de la ciencia, se toma una muestra para representar el mundo en que vivimos y más tarde se enuncian las fórmulas, los modelos y los fenómenos de la representación. Esa es la denominada doble representación, la cual solo se puede conocer “representando” los fenómenos.

Con el concepto de modernidad, que Velázquez introduce y moldea con este cuadro, se intenta conceptualizar los llamados fenómenos a priori, es decir, antes de examinar el asunto del que se trata y de interactuar con objetos concretos. Por lo tanto, Las meninas encarna plenamente esta idea de modernidad como medio para conseguir la verdad. En este caso, la verdad de la pintura. Además, no podemos olvidar que Velázquez vivió en el siglo XVII. En aquel tiempo, bajo el canon de la representación clásica, la obra artística no habría podido incluir contemporáneamente al artista, al espectador y al objeto a representar. Habría sido incongruente con los esquemas de la representación clásica. Por eso, Velázquez es justamente considerado un pionero absoluto de la filosofía del arte debido a que pone como sujeto y objeto de la pintura a la misma pintura.

El protagonista es el arte de la pintura, concebida como trascendencia de la representación clásica. La pintura no es una idea, no es un concepto ni tampoco una imagen proyectada sobre los lienzos. Para Velázquez es recrear sobre lo creado.

Al ver a Velásquez prescindimos de todos los personajes, de lo histórico y hasta de la perspectiva misma. Nos vemos inmersos en el lienzo, en el alma del arte, de lo artístico. Tocar la belleza, alcanzar lo sublime, todo ello con maestría en cada pincelada, como si se tratase de una instantánea, de una fotografía con una gran intimidad. Una intimidad dentro de un protocolo. Una intimidad dentro de la inmortalidad de la pintura.