Talleres clandestinos en Latinoamérica

POR Klaudia Skiba REVISADA POR Sara Castas

30 de marzo, 2006, Buenos Aires. Seis personas murieron en los incendios de un taller de explotación laboral, donde trabajaban hasta 17 horas al día. Cuatro de las seis personas eran niños.

Este accidente es solamente una de las muchas catástrofes que han ocurrido en las áreas subdesarrolladas latinoamericanas. Cada día los trabajadores están en condiciones inaceptables que ponen en peligro sus vidas.  A pesar de que una gran parte del mundo es consciente de que los talleres de explotación existen y continúan rompiendo los derechos humanos fundamentales, parece que nadie hace nada al respecto. ¿Y por qué? 

Un asunto de este tipo es bastante complejo por ser polifacético. Una cara del problema es si el gobierno nacional regula la existencia de los talleres. Muchas organizaciones mundiales, como Amnistía Internacional, abordan y difunden los problemas de romper los derechos humanos y llaman a la acción de las autoridades.

Sin embargo, a menudo se ignoran cuestiones de este tipo y por lo tanto no es tan fácil actuar sin la ayuda de los gobiernos. La naturaleza de este asunto se determina también por los sobornos que supuestamente se ofrecen a las autoridades a cambio de cubrir el delito contra los derechos humanos.  Aunque las ONG atraen la atención global al asunto de los talleres de explotación y tratan de ejercer presión a los gobiernos y a los ayuntamientos, no son capaces de cambiar o introducir nuevas leyes, que podrían prohibir este tipo de negocio.

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Un ejemplo de la pasividad de las autoridades locales se puede notar en Buenos Aires. Dos jóvenes murieron en un incendio y no es el caso único de este tipo. Los trabajadores aseguran que se avisó a la policía y al ayuntamiento sobre todos los talleres en esta área, no obstante, pese a esto, las autoridades ignoraron los atestados. Cuando se les preguntó sobre la catástrofe, dijeron que no eran conscientes de que este lugar fuera un taller.

A las organizaciones internacionales les apoyan las instituciones locales, una de las cuales es La Alameda. Como una entidad no gubernamental, su objetivo es luchar contra la explotación infantil, la trata de personas o el trabajo esclavo. Desde los primeros accidentes en los talleres, han trabajado intensamente con el fin de reducirlos y, en definitiva, eliminarlos. Según la organización, hay centenares más de lugares que no cumplen con los derechos fundamentales y tampoco cumplen los requisitos en cuanto a las condiciones de trabajo. Sin embargo, sin la intervención de los ayuntamientos y gobiernos, es imposible que cambie.

Otro aspecto de la explotación laboral es la posición social de los trabajadores. Muy a menudo son personas sin nada. Por lo tanto, es bastante fácil convencerlos de que trabajen en las fábricas. El “reclutador” normalmente resalta las ventajas, como un pago alto y un lugar para dormir (por el que no hay que pagar). Para aquellos que no poseen nada y no tienen otra oportunidad, eso parece como una posibilidad única. Luego resulta que el pago es mucho menos y uno no paga por un “piso” porque el piso y el taller son lo mismo. Según el portavoz de La Alameda, los trabajadores comparten las literas y los baños con hasta 60 personas. Se ven obligados a pagar los impuestos pese a su bajo salario. La comida que se les proporciona es escasa, lo que resulta en muchas enfermedades.

Incluso después de comenzar a trabajar y darse cuenta de que las condiciones no son como se suponía que eran, no se pueden quitar fácilmente. En primer lugar, a menudo los dueños controlan a los trabajadores. Al principio les prestan el dinero para que puedan empezar su vida en un nuevo país y por eso están atados a sus empleadores. Además, tienen un lugar para dormir y a pesar de que ganan muy poco, es algo más en comparación a lo que tenían antes.

El problema no se limita a malas condiciones de trabajo. Esto es seguido por el abuso sexual, la violencia física, así como psicológica y la tortura. A menudo se cierran las puertas y las ventanas con llave para que los trabajadores no puedan huir. Parece que hasta que no hay un incendio u otra catástrofe, nadie realmente actúa. 

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La complejidad de los talleres clandestinos va más allá. El mundo desarrollado no es consciente de esto o, más a menudo, no quiere admitirlo. Los talleres están directamente conectados con el concepto de consumismo, la enfermedad del siglo XXI. Toda Europa y América del Norte compra más que necesita gracias a los precios bajos, que existen debido al trabajo esclavo en los países latinoamericanos. Principalmente es el mundo de la moda rápida el responsable de las condiciones inhumanas (casi el 80% de la industria textil depende de los talleres) y nosotros directamente la apoyamos al comprar en las cadenas de estas tiendas.

Algunos se desentienden de este problema, pero es también nuestra responsabilidad. Generamos la demanda que el mundo subdesarrollado tiene que suplir. Es una triste verdad, que su situación en cierta medida depende de lo que necesitamos o, mejor dicho, de lo que queremos en un momento dado. 

Solamente se puede llegar a una solución gracias al trabajo mutuo: del gobierno, de los fabricantes de ropa y los dueños de los talleres. Si juntos ponen bastante esfuerzo, es probable que encuentren una forma de transformar la industria para que sea más sostenible. Sin embargo, siempre hay algo que nosotros, como consumidores, podemos hacer para contribuir a reducir el número de los talleres. Si es posible, es mejor comprar en las tiendas de antigüedades y de segunda mano que en las cadenas de tiendas. Además, se puede donar lo que no usamos a los necesitados o a la familia y amigos. De esta manera, reducimos nuestro apoyo a la moda rápida.