La tierra del sol naciente

 POR Eva Steiner
REVISADO POR José María Valera 

“Sabía que iba a ser diferente ¡pero no pensaba que fuera tan diferente!”

Esto fue lo que le dije a mi padre unas semanas después de mi llegada a Japón y creo que es un buen resumen de lo que aprendí allí siendo estudiante de intercambio durante unos once meses. A lo largo de mi vida muchas veces he oído que, en el fondo, todos los seres humanos son iguales, aunque parezcan diferentes a simple vista. Sin embargo, no creo que esta afirmación sea del todo cierta. Aunque es evidente que los seres humanos se diferencian en su apariencia, no creo que esto sea lo único que los difiera.

¿En qué más se distinguen? Si uno piensa en esta pregunta, quizá se le ocurra que se distinguen en su naturaleza, sus convicciones, su educación, su religión o en la cultura de la que forman parte. Aunque todo eso es verdad, no obstante, pocas personas entienden realmente bien qué significa. Según mi experiencia significa que los humanos se diferencian en la manera en la que hacen las tareas diarias, la manera en la que tratan a los demás, la manera en la que hablan, la manera en la que piensan. En pocas palabras, se diferencian en la manera en la que viven y en la que ven la vida y el mundo.
En Japón, descubrí que nuestro origen nos influye más de lo que jamás hubiera sido capaz de imaginar. He aquí tres de las cosas que, siendo austríaca, más me sorprendieron:

1. En ciertas partes de Japón la gente no está acostumbrada a ver a personas que parecen extranjeras.

Yo vivía en la ciudad de Toyonaka, en la prefectura de Osaka, que está en el sur de la isla más grande de Japón. Aunque no es una región rural, no viven muchos extranjeros. Por ello cuando iba a una estación de tren cerca de la casa de mi familia de acogida a ver las muchas tiendas que había, muchas veces me daba la sensación que los japoneses que me veían clavaban la mirada en mí como si tuviera dos cabezas y la piel verde. Al principio eso me hacía sentir muy mal. No obstante, al final de mi periodo de estancia vino una estudiante de intercambio nueva, de Malasia, que me dijo: “¿Has visto cómo te ha mirado ese hombre?”, ya que yo no me había dado cuenta. Cualquiera que vaya a Japón y tenga una apariencia muy distinta a la del típico japonés no debe preocuparse si la gente local lo mira de manera similar a la que me solían mirar a mí. Esto no significa que no sea bienvenido. 

2. Hay que comer sentado.

En Japón se considera malos modales comer de pie o caminando. Según mi madre de acogida, esto es porque indica que uno no aprecia la comida. Sin embargo, sé por experiencia que hay algunas excepciones. Por ejemplo, si hay un evento donde se vende comida en puestos y no hay posibilidad de sentarse, está bien comer de pie.

3. La mayoría lleva la cortesía en la sangre.

Uno de los estereotipos sobre los japoneses es que son muy corteses y, a decir verdad, está en lo cierto. Cuando un cliente entra a una tienda, es normal que todos los dependientes que lo noten exclamen “¡Bienvenido!” en voz alta. Las personas que limpian el Shinkansen, el tren de velocidad más rápido de Japón, se inclinan ante el tren cuando han terminado su trabajo. Los estudiantes tratan de usted a los otros estudiantes de grados superiores. La cortesía también ha influido en la lengua japonesa: hay varios niveles de cortesía que se extienden desde una manera muy informal, utilizada cuando se habla con la propia familia o con amigos, hasta una manera muy cortés, que se usa cuando se habla con profesores, con doctores o con otras personas a las que se les tiene muchísimo respeto. Para hablar de manera muy cortés, el hablante tiene que modificar los verbos que se refieren a sí mismo para rebajar el tono con el que le habla sus propias acciones a la persona respetada. Además, también tiene que modificar los verbos que se refieren a la persona que respeta para resaltar sus acciones, mostrando así mayor consideración hacia los actos de esa persona. Existen más reglas y más ejemplos de la cortesía de los japoneses, pero mencionar más sería extenderse demasiado.

Se dice que el mundo es un libro. En mi opinión, es un libro tan largo que nadie puede leerlo todo en una única vida, pero cuantas más páginas leamos, mejor lo entenderemos. El libro del mundo nos ofrece historias tan divertidas que nos duele la barriga de tanto reír, cuentos tan tristes que casi nos desgarran el corazón y, sobre todo, muchísimas cosas que aprender. Espero que el momento en el que deje de leerlo sea el momento en que mi corazón deje de latir.