Hacer el bien sin mirar a quién

POR Marián Arribas Tomé

Paloma Escudero, directora de comunicación mundial de UNICEF, dejaba claro en una entrevista reciente que el bien está al alcance de cualquiera, en los actos cotidianos. Y, efectivamente, no es necesario ni viajar al otro lado del mundo para ayudar a los más desfavorecidos, ni convertirse en un profesional de la ayuda humanitaria. Contribuir a hacer un mundo mejor está al alcance de todos, desde nuestro trabajo, desde nuestra situación, con la capacidad de hacer el bien que todos tenemos. Vivimos en un mundo donde las identidades son cada vez más complejas. Por lo tanto, no se puede acertar intentando meter a las personas en categorías fijas, ni viendo e interpretando todo desde el blanco y negro de los prejuicios. Superar ese tipo de cegueras y abrir los ojos, sin miedo y de verdad, al valor e importancia del otro como ser humano, simplemente, es la clave para hacer el bien. Más que nunca, sin mirar a quién.

En consecuencia, somos responsables de que nuestro entorno no se convierta en otro país de guerras enquistadas, por siempre injustas. Podemos evitar los asedios, los bombardeos y las hostilidades dirigidas al otro, sea quien sea, allí donde estemos. Esos actos de microviolencia y de agresión, que no salen en los periódicos pero que existen, se justifican con excusas inadmisibles, maquilladas de razón. Su daño puede pasar desapercibido, y sin embargo hieren, sobre todo a quien los produce. Empobrecen, debilitan y discapacitan. El antídoto para esa enfermedad adquirida no puede ser otro que el de elegir hacer una lectura rica y positiva de las acciones y de la presencia de los que nos rodean. Pero, sobre todo, elegir que nuestras propias acciones sean las mejores posibles. Sin ver personas de primera o segunda clase. Ofreciendo el respeto por igual, haciéndonos valedores del bien.