Bob Marley a los 75: cómo una estrella reggae del gueto cambió la imagen de Jamaica

POR Vivien Goldman (The Guardian) TRADUCIDO POR Raúl Cruz Delgado

Al ver cómo familiares y fans se reúnen en Kingston para celebrar el 75º cumpleaños del difunto músico, la escritora musical Vivien Goldman reflexiona sobre su imborrable legado.

A las 7 de la mañana del 6 de febrero, en lo que debería haber sido el 75º cumpleaños de Bob Marley, la caracola marina “abeng” resuena en su antigua casa, en el nº 56 de Hope Road, en Kingston (lo que ahora es el Museo Bob Marley) tal y cómo lo hacía en los días de la ya desaparecida tribu indígena taína, y más tarde como una llamada a los levantamientos de los esclavos en las plantaciones. 

Hoy en día, dicho museo es la atracción turística más importante de toda la capital jamaicana y atrae a más de 60.000 visitantes al año. Sin embargo, en los turbulentos años 70, cuando el centro de la ciudad estaba dividido entre las ideologías defensoras de las superpotencias y las de los pagadores locales, Marley, en un movimiento audaz, su mudó junto a su pandilla rasta “ghetto star” a Hope Road, sede del primer ministro jamaicano. Este proceso se describió por aquel entonces como “llevar el gueto al centro de la ciudad”. Bob quería crear un lugar seguro para las bandas de jóvenes que estaban controladas en su territorio por fuerzas políticas de un pensamiento opuesto. El movimiento dio sus frutos, al menos hasta que unos hombres armados intentaron matarlo en dicho lugar en 1976. Funcionó de nuevo cuando más tarde, a finales de la década, volvió al mismo lugar para levantar un estudio.

El hecho de ver a la policía tratando con respeto a la multitud allí reunida para celebrar el 75º cumpleaños de Marley causaba una extraña sensación de desconexión. Por aquel entonces, tal presencia policial hubiese significado que se iba a llevar a cabo una redada. Ahora vemos que los tiempos han cambiado, como dejaba bien claro el maestro de ceremonias mientras exclamaba: “¡Un aplauso para todos los turistas de Trench Town!”, lo que un día fuese el peligroso “gueto” en el centro de la ciudad durante los años jóvenes de Marley.

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Tanto su mensaje como su mística han movilizado a un ejército pacífico de seguidores que provienen de todos los rincones del mundo, como esos turistas que se aventuran donde solo algunos ciudadanos ricos de Kingston se lo pueden permitir.

La música que suena en Hope Road muestra cómo Marley ayudó a sentar las bases de la duradera industria musical de la isla, mientras una nueva generación de cantantes como Jesse Royal, Kelissa y Kim Nain actúan junto a los que un día fueron los más allegados de Marley, como por ejemplo Bongo Herman, Marcia Griffiths y Toots of the Maytals. Toots, con la única compañía de su guitarra, nos explica que: “Bob Marley fue mi amigo” y que a Bob le gustaba su canción 54-46 Was My Number, la joya sesentera que emociona a la gente allí reunida.

La celebración dedica una especial atención a su familia. Podemos ver como Rita Marley, la viuda de Bob, nos brinda una majestuosa aparición desde su silla de ruedas durante el evento infantil diurno, mientras los alumnos de la escuela preparatoria St Andrew cantan y bailan al son de Redemption Song. El espectáculo nocturno lo encabezaban los hermanos de Bob (Marley Brothers), Julian y Ky-Mani. Damian, el otro hermano, lideraba todo el espectáculo y puso la guinda al pastel con una mezcla habilidosa de autoridad y sentido del humor.

La herencia de Marley es una de las mayores fuentes de ingresos de todo el mundo musical. La Fundación Bob Marley organizó y apoyó el evento, con celebraciones similares en lugares como Londres, Lagos, Los Ángeles, Singapur, Parías, Hawái y Nueva Zelanda. ¿Cuál es el misterio que esconde la música de Bob Marley para que haya echado raíces por todo el mundo? Fijándose en el influyente modelo de Marley, puede que exista una tendencia entre los artistas a adoptar un estilo didáctico, centrándose en los problemas sociales. Eso nunca fue propio de Marley. Sin duda, su guitarra era algo importante para él, pero era su habilidad para endulzar las noticias más duras en melodías pegadizas lo que sin lugar a duda podemos considerar su esencia creativa.

Como bien me decía Marley ya hace mucho tiempo, su intención era componer canciones con un estilo musical tan simple que hasta un niño pudiera cantarlas. Como ya hemos visto en numerosas ocasiones, los bebés menean el esqueleto al ritmo de su música, y hasta se le han atribuido propiedades curativas al ritmo característico del reggae: Marissa “Mar” Lelogeais, una mujer estadounidense que sufre parálisis cerebral y tiene la visión reducida, compuso Embrace It, una canción sobre cómo la música de Marley la había llevado a liberarse de las ataduras que le impedían aceptar su cuerpo y a sí misma.

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Por encima de todo, Marley realizó un exitoso giro cultural basado en la verdad política, pero también en la voluntad y visión de cambio. En Hope Road, el Hermano Westie, un sacerdote Nyabinghi (rasta) vestido con una túnica blanca, entona las oraciones en amárico. Cuando invoca a Igziabeher, nombre de la deidad rasta Jah Rasatafari, se puede observar ese cambio: cuando Marley tenía la misma edad que esos jóvenes atentos y uniformados que se sientan a escuchar al Hermano Westie, él nunca aprendió la historia de su propia isla y sus gentes. La generación de la posguerra de los Wailers se centraba más en una educación colonial británica, que pretendía enseñar más sobre la Batalla de Hastings en el 1066 que sobre su propia historia panafricana. Podemos considerar a Marley como un líder entre los artistas rasta que, con mucho esmero, investigaron y reconstruyeron su pasado oculto para después comunicárselo a todo el mundo a través de la música, con una eficacia tan grande que esta se convirtió en la nueva ortodoxia, sobre todo en lo que respecta a la representación cultural oficial de la isla. A los que una vez se les tildaba de “rastas de mierda”, ahora se han convertido en símbolos imprescindibles para la marca de la isla.

Aunque la maquinaria del imperio Marley se haya esforzado en anular esa furia propia del movimiento intentando potenciar el efecto One Love, basado en el “buenrollismo”, su compromiso con aquellos que lo pasan mal y con hacer oír las verdades desagradables tal y como él las veía, es algo cada vez más necesario y, sin duda, un motivo para seguir con las celebraciones de este tipo en Kingston.