Reducción de cabezas: el ritual de los shuar

POR Lucia Rovnakova REVISADO POR Emma Novoa Alonso

Muchas tribus creían que el alma residía en la cabeza. Los celtas, por ejemplo, consideraban que tener una gran colección de cabezas enemigas era una señal de prestigio e incluso las usaban para decorar sus puertas. Aunque hubo otras culturas en el mundo que cortaban la cabeza a sus enemigos, los shuar son los únicos que además reducían su tamaño.

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Estos guerreros de Ecuador creían que el ritual de reducir la cabeza del enemigo paralizaba su espíritu e impedía que este se vengara. El propósito no era destruir el espíritu, sino esclavizarlo. Además de paralizar el alma, este ritual le pasaba la fuerza de la víctima al asesino. Las cabezas humanas fueron una muestra de lo exitosos que eran los guerreros en las batallas. Se hacía una incisión en forma de “V” en la parte trasera de la cabeza para facilitar la extracción del cráneo, toda la carne, los ojos y otras partes blandas de la cabeza. Antes de cocer la cabeza, cosían los ojos, la nariz y la boca: era una parte imprescindible del ritual, ya que si no se ejecutaba, corrían el riesgo de que el espíritu se escapara. Cuando la cabeza estaba preparada, se ponía en una olla a fuego lento junto con hierbas especiales sin que el agua llegara a hervir. El agua caliente, pero no hirviendo, y las hierbas permitían que el pelo se quedara en la cabeza y no se desprendiera. Este primer paso reducía la cabeza en dos tercios y la dejaba con una textura gomosa. Para disminuir su tamaño un poco más, se secaba sobre el fuego. A continuación, los guerreros rellenaban las cabezas: primero con rocas calientes más grandes, luego más pequeñas y finalmente se metía en el interior arena caliente para rellenar todos los huecos restantes difíciles de rellenar con rocas. Las rocas calientes les permitían manipular el aspecto de las cabezas, pero para darle un aspecto sobrenatural frotaban la piel con ceniza. Finalmente perforaban la parte superior de la cabeza e introducían una cuerda que les permitía llevarla en el cuello. El proceso de producción de la cabeza reducida terminaba con una celebración.

No obstante, los guerreros no se quedaban para siempre con la misma tzantza. Normalmente se deshacían de ella después de un año y medio, cuando dejaba de darles fuerza y poder. ​Pensaban que las temporadas de sequía e infertilidad eran por culpa del espíritu, el cual perdía su poder. Las tzantzas no solo se utilizaban como trofeo de guerra. De hecho, cuando un chico se convertía en hombre, la obtención de una tzantza formaba una parte importante de su transición, y, si no había guerra, se le permitía reducir la cabeza de un perezoso. Hoy en día se usan cabezas de mono perezoso para satisfacer la demanda de tzantzas como talismanes y suvenires. Cabe señalar que la práctica de reducción de cabezas se abolió en Perú en los años 50 y en Ecuador 10 años más tarde.