No se diría que Gran Hotel esté hecha para reflexionar demasiado: las tramas, a pesar de su creatividad, no carecen de clichés, lo que a veces hace que nos parezca todo un gran culebrón. Sin embargo, a lo largo de la serie nos encontramos con temas interesantes y, en algunos casos, relevantes desde el punto de vista social, como, por ejemplo, la condición de las mujeres a principios del siglo XX, cuando aún su destino pertenecía enteramente a sus padres y, luego, a sus esposos, o también las condiciones de vida de la servidumbre, a la que aún entonces la nobleza, como diría Dickens, no conseguía “considerar como compañeros de viaje hacia la tumba” sino “como seres de otra especie embarcados con otro destino”.
Un tema más de carácter psicológico que a esta servidora pareció sugestivo fue la representación de una pareja en la cual era la esposa la que manipulaba al marido para que siempre se quedara con ella a pesar del mal que ella misma le hacía, lo que rompía completamente con el equilibrio de poderes típico de un matrimonio de aquella época. Y, hablando de parejas disfuncionales, fue desgarrador y trágico asistir a algunos episodios de violencia conyugal y a sus repercusiones sobre la mujer que, en un gesto profundamente humano y desesperado, intentaba limpiarse de todo el mal al que la habían sometido frotándose frenéticamente el cuerpo, como si eso pudiera bastar para desprenderse de todo eso.
Sin embargo, querría acabar con una nota un poquito más alegre, diciendo que en Gran Hotel se ve algo que no es muy usual en series de televisión, o sea historias de amor entre personas que no son muy jóvenes, lo que es normal en la vida real pero menos representado en la pequeña pantalla. Es fascinante, ya que permite ver a los personajes desde una perspectiva diferente, desvelando lados menos conocidos de su personalidad. Lo vemos muy bien en el personaje de la intransigente, integérrima doña Ángela, gobernanta del hotel, interpretada por Concha Velasco, y también en doña Teresa, que bajo la álgida máscara de la formidable, maquiavélica y letal matriarca de la familia Alarcón, esconde una gran vulnerabilidad y una ternura e incertidumbre casi de adolescente totalmente inesperadas.
En conclusión, si estáis en búsqueda de una serie histórica que no os estrese demasiado, con misterios, intensas historias de amor y muerte, además de un vestuario que encanta y fiel a la manufactura de la época (no se ha utilizado ni una cremallera o pieza de velcro para la ropa y los corsés que veis fueron confeccionados tal y como se hacía al comienzo del siglo XX), entonces ¡el Gran Hotel de Cantaloa os espera!